María
Alejandra Amador Rodríguez.
"El maestro mediocre
dice, el buen maestro explica. El maestro excelente demuestra
y el gran maestro inspira”. William Arthur Ward.
En alguna ocasión alguien me pregunto -
¿Por qué quieres ser profe de niños y no ingeniera? yo contesté muy convencida;
- “porque me gustan los niños y quiero cambiar el mundo”. Hoy en día como
maestra, eso es lo que hace preguntarme por mi quehacer y principalmente el
cómo o el qué hacer para lograr hacerlo bien.
Actualmente, nos encontramos en una
sociedad que se mueve bajo la lógica del más fuerte, del que tiene más poder y
del que puede gobernar al otro; lógica que se evidencia en los diferentes sistemas
que componen nuestra comunidad, uno de ellos la escuela; sistema en el que los docentes como maestros juegan un papel
fundamental y completamente necesario, en el que su función no es la de poder,
tampoco la de simplemente transmitir conocimiento, sino que va más allá de eso
y al tener que ir más allá, comprenderlo y hacerlo es lo que hace que logre ser
de verdad un buen o mal maestro.
El verdadero papel de
un docente hoy, es el de crear y transformar a ese niño, niña o joven que llega
a su aula de clase, creando ambientes seguros con miras a que cada uno pueda
alcanzar su máximo potencial; un orientador en la adquisición de habilidades y
estimulador de las capacidades cognitivas y cognoscitivas de sus alumnos. Para
esto, como fomentador de cambios, debe ser consiente que directa o
indirectamente empieza a ser un modelo a seguir para ellos, quienes con
frecuencia llegan a imitar su comportamiento y lo que él es, incluso no solo
dentro del aula sino fuera de ella.
Es
por esto que vi la necesidad de preguntarme por ¿qué nos hace buenos o malos
maestros?, interrogante que lleva a darnos cuenta de la importancia de
legitimar la profesión y el papel del maestro dentro del aula, dándole una
mayor calidad humana a lo que se hace, logrando ver, oír y escuchar a ese otro
que está allí en busca de su lugar.
Lo que nos hace buenos maestros entonces, es el ser
conscientes de nosotros mismos como maestros, darnos cuenta de la importancia y demostrar respeto por el otro
que no siempre es igual a mí, por tanto que es diverso y ante esto, mantener un
comportamiento justo, promoviendo el respeto independientemente del sexo, raza,
religión, apariencia, edad, lenguaje o las diferentes necesidades o habilidades
de cada uno de los niños, niñas y jóvenes que están dentro del aula. Lograr
fomentar esto dentro de sí, para luego en cada uno de los otros, contribuirá
con la creación de un ambiente justo e inclusivo.
Nos hace buenos maestros el tener claro que es
la escuela el ambiente y el sitio donde se dan las primeras interacciones del
niño (a) con esos otros de su misma edad, que no siempre son iguales a él y a
quienes desde los primeros años de vida se hace necesario respetar, es el
educador como orientador y guía quien debe interiorizar este deber hacia sí
mismo, para luego trasmitirlo a sus estudiantes, posibles imitadores de su
comportamiento, buscadores de su propia integridad como personas.
Nos
hace buenos maestros lograr querer lo que hacemos, tener la suficiente
confianza en el cómo lo hacemos y tener la convicción que de verdad podemos ser
transformadores de vidas.
Un
maestro que logre ser un transformador de vidas, dejaría de lado la idea errada
de solo transmitir conocimiento o saberes de modo mecánico y la idea de escuela como un sistema que solo
dice que hacer y que aprender, sin mirar al estudiante más allá de sus
necesidades y preguntas; convirtiendo al
niño y a la escuela en como lo dice Philippe Meirieu en su texto A mitad del
recorrido: por una verdadera “revolución copernicana” en pedagogía, “no una fabricación por acumulación de
conocimientos o por hábiles manipulaciones psicológicas, sino la construcción
de un ser por sí mismo… La educación entonces solo puede escapar de esa idea de
fabricación del niño si se centra en la relación del sujeto con el mundo.” (Meirieu, 2001). El maestro como
transformador movilizaría aquello para que a quienes educa logren permanecer,
sostenerse, incorporarse y mantenerse en el mundo, permitiéndoles que se
descubran ellos mismos y logren por sí mismos descubrir el mundo al cual le
harán sus propias preguntas y serán ellos mismos quienes darán sus propias
respuestas.
Con
esto el maestro lograría darle mayor sentido a su finalidad como maestro,
enmarcada en la verdadera finalidad de la educación, como “que aquel que llega al mundo sea acompañado al mundo y entre en
conocimiento del mundo, que sea introducido en ese conocimiento por quienes le
han precedido… Que sea introducido y no moldeado, ayudado y no fabricado. Que
por ultimo según la hermosa formula que plantea Pestalozzi 1997 “Pueda ser obra
de sí mismo” ”. (Meirieu, 2001). Cuando el maestro logra esta premisa de no
fabricar, sino de hacer que el otro se pueda construir a sí mismo, de no
crearlo, sino despertar en él, las ganas de descubrir su potencial interno y
descubrirse así mismo, está logrando ya sea con intención o sin ella, despertar
un deseo en el otro por conocer, por saber, por aprender, por desenvolverse en
el mundo y por vivir en él. Es aquí en
el despertar ese deseo interno, cuando el maestro logra su verdadera función,
lo que hará de él un buen ser y no un mal maestro.
En
este punto, me permito enmarcar el inmenso reto y desafío que como docentes –
maestros tenemos hoy en día, reto que será difícil o no dependiendo de las
ganas, el empeño y el deseo que se tenga por la profesión del ser maestro. Ser
buenos maestros entonces implica hoy establecer y dar paso a una educación que
forme a sujetos integralmente desde lo que son, quieren y desean, sujetos que
serán capaces de ver sus capacidades y habilidades y a partir de ellas salir
adelante y lograr sus objetivos y sueños, sujetos que no esperaran al otro para
lograr lo que quieren, sino que se apoyaran en él para ser guiados y
acompañados, pero que será de ellos mismos de quienes salgan esas ganas y deseos
por ser felices y ser lo que quieren ser.
Teniendo
en cuenta lo anterior, se genera un nuevo interrogante que va ligado a la
función del ser maestro y a la necesidad que debe haber en la persona que lo
desea, de antes de tomar la decisión de
serlo preguntarse: ¿Qué me hace ser maestro o qué me motiva para serlo? y ¿por
qué quiero ser maestro?, preguntas que posiblemente al darles la respuesta le
permitirán descubrir si podrá o no serlo y hacer de él o ella un buen maestro.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
Contreras, José; Lloret, Caterina y Pérez de
Lara, Nuria, 2007, ¿Quién hace una escuela?, cuadernos de Pedagogía, Nº 368,
pp. 49-53.
Meirieu,
Philippe, 2001, A mitad del recorrido: por una verdadera “revolución
copernicana” en pedagogía; en Frankesntein educador, Barcelona, Laertes, pp.
67-96.
Pennac,
Daniel, 2008, Mal de escuela, Barcelona, Random House Mondadori.
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