Han pasado nueve meses desde que abrimos la puerta a la vida presencial, que sin tregua venía cargada de mil expectativas. Como haríamos para “Encantar” a todos aquellos que estaban guardados en casa y que en muchos casos no conocían la escuela en la vida real. No la habían caminado, respirado ni sentido y que llegarían a retomar un mundo de contacto en medio de un miedo a ver la realidad presencial.
Cómo retomar la vida en vivo y en directo sin cables, sin pantallas, mirando a los ojos y activando el procesador de abrazos en un comienzo tímidos y nerviosos, para que poco a poco se volvieran tan necesarios, que se convertirían en el combustible para sobrepasar el muro que habíamos construido entre los seres humanos durante la pandemia.
Cuánto temor había en esos primeros días, cuanto, sobre esfuerzo por recuperar la memoria de nuestras rutinas, de nuestros “ambientes de aprendizaje”; y demostrar el valor suficiente para brindar la confianza en los pequeños, que ansiosos querían vivir su vida escolar en la verdad de su escuela.
Vino entonces el ruido, los pasos, las filas, las risas, y las lágrimas de muchos que no se atrevían a dar el paso y dejar su casa, que era su caparazón donde se salvaguardaron por dos años. Y fue entonces cuando el Pedagogo y su vocación volvieron a la escena. El Profe que a pesar de tener muchos miedos traumas, frustraciones, desapegos, y pérdidas se levantó a generar la confianza para albergar a sus pupilos y a sus expectativas.
En la Esmeralda, estábamos esperando la luz verde para sacar nuestra artillería didáctica, para que las clases fueran efectivas en despertar esos procesos de aprendizaje, que de alguna manera la carencia de contacto físico había vulnerado. Empezamos la tarea, con canciones, coreografías, oraciones, abrazos y horas intensas de preparación para las clases; Saliendo de las guías y el papel a la vida real. Esperábamos muchos vacíos académicos y preparados para emprender procesos de nivelación de aprendizajes; pero nunca imaginamos que el reto mas importante sería el “Manejo de las emociones” las propias y las de los estudiantes, de sus padres de familia, de sus acudientes, y de todo aquel que está en el contexto escolar, si señores, las emociones; la nostalgia que dejó ese tiempo inverosímil en casa, la ansiedad por alcanzar todo lo que se necesita en tiempo récord, la tristeza muchas veces porque los esfuerzos no alcanzan, la decepción cuando una palabra hace tanto daño que te aniquila y te envía a replantear la estrategia; la rabia por todo cuanto se perdió y se desapegó en ese tiempo; pero por sobre todo el miedo a errar, el miedo a caer en un juego de inmediatez al que veníamos acostumbrados por cuenta de la virtualidad, cuando en la vida real, en la presencialidad el tiempo es nuestro mayor limitante. Todo gira y gira sin piedad; y solo ahora cuando nos encontramos con la galería fotográfica de los sucesos escolares es cuando entendemos que han sido meses intensos en los que hemos cumplido con todo cuanto hemos podido, con la sonrisa, con el abrazo, con la pregunta, con la queja, con la decepción y por sobre todo con la MISION de SER MAESTRO.
Lic. Nalda H. Garzón B.
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